Primum vivere deinde
phisophari. Esta
locución latina, evidentemente, goza de gran popularidad. Se la ha utilizado
desde distintas posturas, jugando siempre con su sentido eminentemente
pragmático. Uno de estos usos ha sido el de señalar la prioridad del contenido
vital, por sobre la especulación del mismo: “me interesa vivir, tener
vivencias, antes que representarme las mismas”. También se la ha utilizado para
señalar la posibilidad de que el filosofar emane como una preocupación de la
subjetividad por sí misma. En este sentido, puede verse la famosa expresión de
Montaigne: “yo mismo soy el contenido de mi libro”. A su vez, la expresión ha
sido utilizada para apuntar la prioridad de las necesidades orgánicas por sobre
la actividad intelectual; como diciendo: “no se puede filosofar con el estómago
vacío”. Finalmente, se la puede ver como un representante ilustrativo del punto
de vista vitalista: primero es la voluntad (de vivir o de poder), luego la
racionalización de la misma.
Seguramente existen muchos otros usos. Pero
estos son las que a mí me han venido en mente. Ahora bien, existe un uso que en
general no he visto atribuido a dicha expresión, y que me gustaría poder
desarrollar.
Desde una perspectiva evolutiva podemos decir
que la expresión resulta palmariamente correcta. En efecto, al observar nuestro
entorno podemos cotejar la existencia de una infinidad de organismos que no
necesitan de pensamiento consciente para adaptarse a su medio. Si pudiésemos
traducir su estrategia adaptativa en términos cognitivo/lingüísticos,
probablemente obtendríamos un imperativo como éste: “(sobre) vive, y si puedes,
reproduce tus genes”. Así pues, dado que el desarrollo de grandes cerebros
capaces de formular teorías del medio resulta extremadamente costoso, tal vez
no debamos sorprendernos de que, salvo raras excepciones, ésta haya sido la
estrategia adaptativa predominante. Sin embargo, podemos imaginar condiciones
es las que otras formas de adaptación resulten ventajosas. Y, en efecto,
existen organismos en los que la transmisión cultural constituye una estrategia
más de adaptación. Y, además, existe una
especie en la que el aprendizaje cultural constituye su forma de adaptación por
antonomasia.
El ser humano depende fundamentalmente del
desarrollo cultural como respuesta adaptativa. A tal punto esto es así, que
resulta difícil imaginar que un grupo de personas pudiese sobrevivir en la
naturaleza, de no ser por estos recursos. De hecho, en nuestro trayecto
evolutivo hemos apostado tan fuertemente por esta estrategia, que hemos
extendido el período del desarrollo de nuestros niños, de manera que puedan
adquirir el aprendizaje cultural necesario. Ahora bien, esto tiene
consecuencias importantes para el análisis que estamos realizando sobre la
locución latina. Porque el orden de los términos, en cierta forma, se invierte.
El vivere sigue constituyendo el
imperativo; pero el medio para lograrlo está dado por el philosophari. Por eso, para poder vivir tenemos que filosofar. La
respuesta adaptativa ya no está completamente dada por la exposición ante las
contingencias ambientales, sino que hay ahora una mediación cultural. Así pues,
cada nuevo ser humano que llegue a este mundo tendrá que emplear gran cantidad
de sus recursos en aprender a comportarse en el mundo humano, y a regular su
metabolismo dentro de la naturaleza. El philosophari
de la construcción antecede ahora al vivere,
o al menos constituye su medio. El
philosophari es nuestro medio. De allí que, mientras mayores y más sólidos
sean nuestros conocimientos, mejores serán nuestras posibilidades. Dicho en
otros términos, mientras mayor y mejor
philosophari, mayor y mejor vivere.
El philosophari, entonces, ocupa el primer lugar, y constituye el núcleo de la
cuestión.
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