lunes, 9 de abril de 2012

PRIMUM VIVERE DEINDE PHILOSOPHARI: UNA NUEVA RECONSIDERACIÒN DE LA CUESTIÒN


Primum vivere deinde phisophari. Esta locución latina, evidentemente, goza de gran popularidad. Se la ha utilizado desde distintas posturas, jugando siempre con su sentido eminentemente pragmático. Uno de estos usos ha sido el de señalar la prioridad del contenido vital, por sobre la especulación del mismo: “me interesa vivir, tener vivencias, antes que representarme las mismas”. También se la ha utilizado para señalar la posibilidad de que el filosofar emane como una preocupación de la subjetividad por sí misma. En este sentido, puede verse la famosa expresión de Montaigne: “yo mismo soy el contenido de mi libro”. A su vez, la expresión ha sido utilizada para apuntar la prioridad de las necesidades orgánicas por sobre la actividad intelectual; como diciendo: “no se puede filosofar con el estómago vacío”. Finalmente, se la puede ver como un representante ilustrativo del punto de vista vitalista: primero es la voluntad (de vivir o de poder), luego la racionalización de la misma.
Seguramente existen muchos otros usos. Pero estos son las que a mí me han venido en mente. Ahora bien, existe un uso que en general no he visto atribuido a dicha expresión, y que me gustaría poder desarrollar.

Desde una perspectiva evolutiva podemos decir que la expresión resulta palmariamente correcta. En efecto, al observar nuestro entorno podemos cotejar la existencia de una infinidad de organismos que no necesitan de pensamiento consciente para adaptarse a su medio. Si pudiésemos traducir su estrategia adaptativa en términos cognitivo/lingüísticos, probablemente obtendríamos un imperativo como éste: “(sobre) vive, y si puedes, reproduce tus genes”. Así pues, dado que el desarrollo de grandes cerebros capaces de formular teorías del medio resulta extremadamente costoso, tal vez no debamos sorprendernos de que, salvo raras excepciones, ésta haya sido la estrategia adaptativa predominante. Sin embargo, podemos imaginar condiciones es las que otras formas de adaptación resulten ventajosas. Y, en efecto, existen organismos en los que la transmisión cultural constituye una estrategia más de adaptación. Y, además, existe una especie en la que el aprendizaje cultural constituye su forma de adaptación por antonomasia.
El ser humano depende fundamentalmente del desarrollo cultural como respuesta adaptativa. A tal punto esto es así, que resulta difícil imaginar que un grupo de personas pudiese sobrevivir en la naturaleza, de no ser por estos recursos. De hecho, en nuestro trayecto evolutivo hemos apostado tan fuertemente por esta estrategia, que hemos extendido el período del desarrollo de nuestros niños, de manera que puedan adquirir el aprendizaje cultural necesario. Ahora bien, esto tiene consecuencias importantes para el análisis que estamos realizando sobre la locución latina. Porque el orden de los términos, en cierta forma, se invierte. El vivere sigue constituyendo el imperativo; pero el medio para lograrlo está dado por el philosophari. Por eso, para poder vivir tenemos que filosofar. La respuesta adaptativa ya no está completamente dada por la exposición ante las contingencias ambientales, sino que hay ahora una mediación cultural. Así pues, cada nuevo ser humano que llegue a este mundo tendrá que emplear gran cantidad de sus recursos en aprender a comportarse en el mundo humano, y a regular su metabolismo dentro de la naturaleza. El philosophari de la construcción antecede ahora al vivere, o al menos constituye su medio. El philosophari es nuestro medio. De allí que, mientras mayores y más sólidos sean nuestros conocimientos, mejores serán nuestras posibilidades. Dicho en otros términos, mientras mayor y mejor philosophari, mayor y mejor vivere. El philosophari, entonces, ocupa el primer lugar, y constituye el núcleo de la cuestión.  

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