Durante
este último tiempo me ha sucedido encontrarme leyendo o viendo debates entre
ateos y creyentes (generalmente cristianos), o simplemente los diversos
argumentos expuestos por una serie de reconocidos académicos anglosajones. Así
pues, movido por algunas de estas consideraciones me he propuesto compartir mi
propia consideración.
Sé que
las experiencias en materia de religión son harto complejas. Por un lado, se
encuentran quienes se aferran a sus creencias religiosas, las cuales les han
sido transmitidas desde su hogar. Asimismo, tenemos a aquellos a quienes la
religión les ha permitido estructurar sus vidas: sentar cabeza, y dedicarse a
la crianza de sus familias. Por otra parte, se encuentran aquellos que,
habiendo crecido en un hogar religioso, desertan de la religión (usualmente
durante la adolescencia) cansados de la hipocresía de los ministros o
feligreses, y guardando una suerte de rencor hacia la institución, el cual
suele durar de por vida. Dentro de este tipo he encontrado dos subtipos:
aquellos que no experimentan ningún tipo de añoranza por su pasado otrora
religioso (como la serpiente que muda de piel), y aquellos que durante su vida
experimentan el dolor de la decepción de Dios.
Dado
este abanico de experiencias, es fácil comprender el tono anímico acalorado que
suelen tomar los debates entre religiosos y ateos. La consideración que
extraigo de esto es que, evidentemente, la religión es algo muy valioso para
sus practicantes, y lo mismo puede decirse para sus detractores: porque nadie
emplearía tanto tiempo de su existencia en algo que es considerado como
irrelevante. Así, unos y otros dan evidencias de tener impresa una huella
causada por la religión.
Pero, y
para ir entrando a la temática en cuestión, ¿qué es la religión? No soy un
experto, pero considero que para los fines de esta podemos acordar que la
religión es un fenómeno cultural humano. Es cierto que los hombres de
neandertal enterraban a sus muertos, y existen ciertos debates en torno a lo
que puede interpretarse como vestigios de rituales mortuorios. Sin embargo, de
lo que no cabe duda es que todas las culturas de homo sapiens empíricamente conocidas realizan algún tipo de
práctica religiosa.
Ahora
bien, dada la extensión de este tipo de institución, es lógico pensar –sólo
eso- que, a partir del hecho de la co-evolución genético-cultural humana, el
fenómeno de la religión haya dejado algún tipo de huella en nuestra historia
evolutiva. Después de todo, es más común la religiosidad que la ilustración. No
es un desatino, por tanto, pensar que nuestro cerebro posee un repertorio de
emociones “religiosas” que han cumplido un papel en nuestro desarrollo como
especie. Pienso en cuestiones como la identidad tribal, la facilitación de
comportamientos pro-sociales, la estructuración social, y una comprensión
pre-científica de la realidad, entre muchas otras variables. Por supuesto, nada
de esto obsta para dar testimonio de la veracidad del contenido de las
religiones. En efecto, La mayoría de las culturas tienen términos para designar
entidades de tipo espiritual o se refieren al “alma” (entidades tan caras para
el pensamiento filosófico), pero esto no es prueba que tales palabras posean un
referente extralingüístico comprobable. Por el contrario, a la luz del avance
de las investigaciones científicas actuales tales conceptos han sido
descartados, y ya no se utilizan para explicar el comportamiento de los
fenómenos. Es en este sentido que me parece ver a los ateos triunfar sobre los
religiosos, en los debates que todos los días pueden rastrearse en youtube:
porque los ateos pueden partir de premisas más o menos científicas (v.gr: el
naturalismo, el evolucionismo, etc.), en tanto que los religiosos tienen la
exigencia de poder articular su fe con el conjunto de los saberes de la
ciencia. Empero, considero que ello no obsta para dar aval a ciertas
consideraciones que encuentro sistemáticamente en el bando ateo. Por ejemplo,
hablar de las religiones como de un “virus”, o como de la causa de la
irracionalidad y maldad que afectan al mundo. Más aún, en muchas de las
exposiciones de este grupo de ateos me parece vislumbrar ideologías de fondo,
que achacan a la religiosidad de la gente el malestar económico-cultural
actual, ocultando en el proceso a las verdaderas instituciones responsables del
mismo; instituciones que, sin ningún tipo de legitimidad otorgada, barajan de
hecho nuestra condición.
A
partir de esto, por supuesto, no pretendo descalificar los argumentos y razones
que una persona pueda tener para no participar de algún o de ningún sistema
religioso. Simplemente quiero llamar la atención sobre lo que me parece una
estrategia de fondo de ciertos académicos que bajan línea discursiva: porque hay
un trecho entre argumentar que la noción de un Dios personal y creador es
incompatible con los conocimientos científicos que poseemos en a la actualidad,
y decir que la religión es la causa de los males actuales del mundo; porque
esto último implica, desde el vamos, negar la responsabilidad de personas e
instituciones que implican comportamientos tanto o más irracionales que los de
las instituciones religiosas. Seamos claros en este aspecto: hay tanta
irracionalidad o debilidad epistemológica en la idea de que el hombre es
pecador por naturaleza y que necesita de la gracia para enderezarse, como en la
idea de que en todo momento somos agentes racionales que constantemente
buscamos la maxificación del propio beneficio, o que las intervenciones
democráticas en materia de economía son siempre perjudiciales, y que sólo un
puñado de “expertos” tiene el derecho de regir el destino de la sociedad. En
este sentido, considero que alguien como Milton Friedman debería recibir tantas
o más críticas detractoras como las que recibe Benedicto XVI. Sin embargo, no
encuentro a Dawkins, o a Dennett, o a Hitches o a Harris empleado sus energías
en este sentido, algo que, por ejemplo, sí puede verse en un académico como
Noam Chomsky.