martes, 1 de mayo de 2012

ON ZARATUSTRA


Friedich Nietzsche es un prolífico autor. La belleza y contundencia estética de su escritura, sumado al carácter intransigente de sus declaraciones, han hecho de él unos de los pensadores más queridos por los intelectuales de las humanidades, y uno de los filósofos más difundidos. Creo no estar completamente equivocado al aseverar que Nietzsche representa para muchos jóvenes de la actualidad, lo que en su momento representaba Heráclito para la juventud griega: un pensador atractivo, contundente y obscuro. Con todo, por mi parte, siempre he encontrado problemáticas muchas de sus aseveraciones. En efecto, habiéndome formado en una tradición socrático/platónica, aprendí pronto a valorar el contenido por sobre las expresiones formales, juzgando siempre si lo que se dice es verdadero, o bueno, independientemente del modo de expresión. Es por ello, probablemente, que la retórica nietzscheana jamás surtió un gran efecto sobre mi persona. En tanto que otros se quedaban prendados de la estética de la obra nietzscheana, a mí me tocaba siempre analizar la coherencia interna de los argumentos, su adecuación empírica (es decir si hablan sobre algo, o si sólo son palabras vacías) y, sobre todo y más importante, las posibles y efectivas consecuencias que suscitaba su lectura. Particularmente, nunca me convenció Nietzsche: siempre experimenté desagrado hacia sus tendencias violentas (que han servido para justificar los excesos de las derechas fascistas) y hacia su irracionalismo (que ha contribuido a la creación de falsas izquierdas), y jamás creí el mito tejido en torno a su personalidad. (Es curioso notar que, a pesar de haber llevado una vida plana, post mortem Nietzsche recibe una especie de culto por una parte considerable de sus lectores, quienes no siempre diferencian la realidad de la ficción; en este sentido sus seguidores me recuerdan a los seguidores de Perón –quien, por cierto, fue un verdadero grande hombre, que influyó decisivamente en la población argentina de su época, tanto entre los intelectuales como entre la mayoría no intelectual-). Así pues, nunca me tragué el mito del gran hombre, ni mucho menos del superhombre: para mí Nietzsche fue un hombre de genio, que mostró pronto cualidades asombrosas en lo que en la actualidad se denomina inteligencia lingüística. Además, dicen que era una persona muy sensible al arte, particularmente a la música. Pero, por mi parte, no encuentro en su vida nada semejante al Sacrificio de un Sócrates, a los viajes a Siracusa de un Platón, a la superación espiritual de un Agustín, o al retiro auténtico de un Henry David Thoreau, por mencionar algunos ejemplos; ejemplos de vida que para mí le confieren un aura de autenticidad especial a estos pensadores. Por otra parte, el irracionalismo detentado por Nietzsche me parece sumamente deplorable, dado el contexto en el que de desarrolló su vida: no es lo mismo ser un irracionalista en el siglo V d. C. (y es curioso considerar que en general no eran irracionalistas, sino que subordinaban a la racionalidad científica a los contenidos religiosos), que en pleno siglo XIX, cuando la ciencia y la técnica están produciendo cambios históricos relevantes en el desarrollo de la humanidad. Sin embargo, es cierto que en la obra de Nietzsche puede observarse la recepción de contenidos científicos, a pesar de que sus temáticas versen en general sobre la herencia de la filosofía alemana de la Modernidad. (Se ha dicho, en este sentido, que Nietzsche debe ser leído como una reacción al sistema hegeliano, y como una continuación en el tratamiento de ciertas problemáticas producidas por Kant). Sobre un aspecto puntual de esto último quisiera explayarme a continuación.

El texto que he elegido es Así hablaba Zaratustra, puesto que en la primera parte del mismo, El prólogo de Zaratustra, he encontrado lo que buscaba problematizar. Allí Nietzsche nos describe al sabio Zaratustra, quien al cumplir treinta años se ha retirado a las montañas, para vivir de su propio espíritu y de sus delirios de grandeza durante diez años.  Cabe señalar que N. no nos da ninguna pista respecto de cómo se las ingenió para sobrevivir el solitario Zaratustra. Es importante que sopesemos esto, porque denota uno de los rasgos típicos del pensamiento nietzscheano: al contrario que el resto de los homo sapiens, una especie gregaria que necesita de la cooperación para su supervivencia, en el sabio nietzscheano se ha producido una curiosa mutación, que le ha permitido sobrevivir y desarrollarse como ser humano sin que en su vida juegue ningún tipo de rol la alteridad. Sabido es que en sus inicios N. comenzó destacándose como portentoso filólogo. Traigo esto a colación porque parece que N. está jugando implícitamente con el antiguo acervo aristotélico, según el cual:

 “(…) el hombre es por naturaleza un animal social, y que el insocial por naturaleza y no por azar es o un ser inferior o un ser superior al hombre”.

Evidentemente N. considera que Zaratustra, el proto-superhombre, ha llegado a una condición supra-humana (?). Y tal como el filósofo platónico, que desciende a la caverna luego de haber contemplado la realidad suprasensible, Zaratustra, cual nuevo Prometeo, desciende nuevamente hacia el mundo de la alteridad:

“¡Mira esta copa está ansiosa por vaciarse nuevamente! ¡Mira a Zaratustra que quiere recomenzar a ser hombre!
  Y así se inició el descenso de Zaratustra”.

Los simbolismos son lo suficientemente elocuentes, y hablan por sí mismos. Retengamos in mente, no obstante, el famoso descenso. A continuación, luego de su entrevista con el viejo eremita, N. nos describe la llegada del sabio al real mundo de los hombres. Analicémosla detalladamente.
Zaratustra llega a plaza del lugar y grita a la muchedumbre, exhortándola a que adhiera a su teoría del superhombre. Es de notar que el sabio nietzscheano no se sienta a dialogar (al estilo de Sócrates o de Jesús) con sus interlocutores. Por el contrario realiza proclamas descabelladas, en un lenguaje probablemente ininteligible para personas no ilustradas (para las cuales la historia conceptual de la filosofía alemana carece de todo tipo de relevancia). Sin embargo, humano al fin, Zaratustra apela a argumentos para intentar convencer a su auditorio. Veámoslos:

“Yo os muestro al superhombre. El hombre es algo que debe ser superado. ¿Qué habéis hecho vosotros para superarlo? Hasta hoy, todos los seres han creado algo por encima de ellos, y ¿queréis ser vosotros el reflujo de esta ola enorme prefiriendo retornar a la animalidad antes que superar al hombre”

Aquí hay mucho para analizar. Dejemos para más adelante el problema de qué es el superhombre, y centrémonos en el resto de la argumentación. Esta, sin más, comienza con la aseveración de que el hombre es algo que debe ser superado. N. no aporta ninguna evidencia empírica ni argumentación para sustentar esta aseveración; simplemente la da por supuesta, y deja al auditorio el trabajo de comprenderla. Luego, intenta apoyar sus tesis en la biología evolucionistas: “Hasta hoy, todos los seres han creado algo por encima de ellos, y ¿queréis ser vosotros el reflujo de esta ola enorme prefiriendo retornar a la animalidad antes que superar al hombre?”. Veamos esto. En primer lugar, la biología evolucionista sostiene que los organismos cambian para adaptarse a las condiciones ambientales. En realidad, grosso modo, la teoría sostiene que el ambiente (entendido como la suma de los componentes bióticos y abióticos) es cambiante, con relativa regularidad; para sobrevivir los organismos desarrollan estrategias adaptativas, como las mutaciones. Aquellos que presentan rasgos favorables (esto es, adaptativos para las peculiares condiciones que se dan en coordenadas espaciotemporales precisas) tienden a sobrevivir y a reproducirse, con lo cual el rasgo tiende a consolidarse en las futuras generaciones. Nótese que la selección es “ejercida” por el ambiente: en efecto, corresponde al ambiente el papel de seleccionador, y a no a la voluntad de los individuos. La teoría, por supuesto, no dice nada acerca de que haya organismos superiores a otros, con lo cual el “todos los seres han creado algo por encima de ellos” es palmariamente falso. De hecho los únicos criterios que uno podría intentar desprender para juzgar a un conjunto de organismos serían su éxito adaptativo, y su distribución genética. Con todo, se trataría tan solo de valoraciones humanas. Examinemos ahora el “prefiriendo retornar a la animalidad antes que superar al hombre”. Como podemos ver, el mismo denota una herencia de la filosofía alemana (y de más allá) en el pensamiento nietzscheano: el antinaturalismo, que implica una ruptura óntica en el ámbito biológico; como señala Jean-Marie Schaeffer, una separación radical entre los seres humanos y las otras formas de vida, lo cual es incompatible con los actuales saberes de las ciencias biológicas. Por otra parte, y nuevamente hay señalarlo, no son los actos de voluntad los que mueven la evolución: es la selección ejercida por el ambiente. Voluntariamente el hombre no puede evolucionar hacia otra especie, sea hacia el superhombre o hacia los simios. Más adelante N. vuelve a insistir con el mismo tipo de argumentos:

“El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre; una cuerda tendida sobre el abismo (…) La grandeza del hombre está en ser un puente y no un fin; lo que hay en él digno de ser amado es el ser un tránsito y un crepúsculo”.

Otra vez observamos la misma indebida utilización: ningún animal es un puente entre un animal y otro. El hombre es una de las especies animales que habitan este planeta, y los procesos de la evolución no obedecen a las voluntades aisladas de los seres humanos. Creo que podemos aseverar que, al menos en este texto, los intentos de Nietzsche por fundar su teoría del superhombre en la biología evolucionista fracasan estrepitosamente. Recientemente, Alan Sokal y Jean Bricmont han llamado la atención sobre la utilización inapropiada de teorías científicas o de conceptos de las mismas por parte de los autores de la corriente posmoderna. Curiosamente los autores posmodernos señalan a N. como uno de los autores fundamentales para el movimiento. Quizás hayamos encontrado la fuente histórica de ciertas imposturas intelectuales actuales. Pero sea de ello lo que fuere, antes de terminar me gustaría analizar un último aspecto. Al iniciar su declamación ante el pueblo Zaratustra dice “Yo os muestro al superhombre”. Como N. no da ninguna definición más adelante, tenemos un dilema hermenéutico respecto de la significación de este concepto: o bien N. quiere dar a entender que Zaratustra es, de hecho, el superhombre; o bien que debemos entender el concepto a partir de la vaga referencia que N. realiza más adelante sobre el mismo: “El superhombre es el sentido de la tierra”. En los capítulos posteriores del texto N. da entender que Zaratustra no es el superhombre, sino su profeta. Por lo tanto, tenemos que deducir su significado a partir de la proposición anterior. Ahora bien, yo me pregunto: ¿qué es el sentido de la tierra? La frase claramente se refiere al nuevo tipo de valores que deben imperar en el comportamiento del individuo. Dejando a un lado el problema de la falacia naturalista, en la cual N. incurre ciegamente, queda el problema de cómo determinar efectivamente ese sentido de la tierra, al menos para el ser humano: esto es, cuáles son los valores o motivos que condicionan su comportamiento. Y aquí encontramos que las posibilidades de respuesta se alejan exponencialmente del solipsismo moral egoísta propugnado por el filósofo alemán. En efecto, tal como señala Frans de Waal,

“Procedemos de un largo linaje de animales jerárquicos para los que la vida en grupo no es una opción, sino una estrategia de supervivencia. Cualquier zoólogo clasificaría a nuestra especie como obligatoriamente gregaria”.